5.12.15

Quizá todos vivamos en aislamiento (ejercicio 1)

Hace unos días comencé y finalicé la lectura de Aislados de Cecilia Eudave y, desde el inicio, pude percatarme de una especie de proyección que estaba teniendo hacia la historia que cuenta este librito (y digo librito, no por menoscabar, sino por el tamaño de la edición, que es realmente compacta)... y es que fue inevitable que me remitiera a la historia que tengo con la enfermedad de mamá: en la novela, Laura, la mamá del protagonista, “está enferma de olvido”, de un alzhéimer que amenaza con devastar a su familia, día a día, con lo que pueda representar cada olvido de su parte; en tanto que en la familia mía (odio los posesivos y aún así los utilizo más de lo que querría) mi madre también tiene una enfermedad neuronal degenerativa, que es el párkinson... 

No sé en qué radico el encuentro con el discurso en Aislados. O bueno sí que sé. Supongo que Laura, la mamá de Pedro, sentía una impotencia casi inconsciente por el mal que la aquejaba (a ella y a su familia), mientras que a mamá, a mi Bety, la arriba una impotencia más bien consciente: el no poder volver a ser como era. El saber que no hay retorno y que puede ir a peor. Y a mí solo me alcanza para dedicarle unas cuantas palabras, aunque en este momento no las lea (o que alguna vez lo haga):
Mamá siempre será mamá. Bety no dejará de ser quién es; es cierto que ya no tiene las capacidades motrices que antes tenía, pero el impacto que causa con sus abrazos llenos de energía, los fugaces besos en la frente, y otros muchos gestos, no dejarán de tener la huella que tienen. En nuestros corazones, serás siempre la misma.
Las manos de mamá en negativo

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4.12.15

Cómo empezar a escribir historias,
de Alberto Chimal

Ey, ¿cómo están? Yo aquí, ¡queriendo compartir algo nuevo con ustedes!

***

Sucede que encontré este material en la red: Cómo empezar a escribir historias, de Alberto Chimal (2012), que no es otra cosa que una guía muy interesante (según he estado notando en el propio documento), publicada en el 2012, para todos aquellos que tienen pensado iniciarse en esto de la escritura. Y, como sigo en mi intento de darle movilidad a este blog, decidí que era una buena idea compartir el material con los que por aquí pasan, e invitarles a que sigan mi lectura de dicho documento, y a que lean lo que vaya surgiendo de los ejercicios que el autor plantea. ¿Qué dicen? ¿Me acompañan?

Leer o Descargar justo aquí
Y para comenzar, este cuadernillo propone hacer 8 ejercicios fundamentales, para acercarse al acto de escribir. Así que comencemos:

(iré actualizando esta publicación, 
según elabore los ejercicios o avance en mi lectura, ¿vale?)

2. Pedir a otra persona que cuente un suceso importante y replicarlo (por publicar).
3. Escribir una nueva versión del ejercicio anterior [de 3era a 1era persona] (por publicar).
4. Encontrar una noticia interesante en el periódico y luego escribir una versión desde la mira de uno de los implicados en el suceso (por publicar).
5.Ver una película y hacer un resumen o sinopsis de la misma  (por publicar).
6. Escribir en tercera o primera persona un sueño que se haya tenido (por publicar).
7. Imaginar a una persona con algún rasgo de carácter distinto del propio [se incluirán otras variantes] (por publicar).
8. Imaginar otra cosa interesante que pudiera haberle pasado al personaje del ejercicio anterior (por publicar).

Por último, les sugiero, obviamente, que vayan al material original, que se lo descarguen, que lo disfruten y todo eso, para que sepan más de qué va cada una de las cosas que estaré posteando :)

Y ya. ¡Ojalá que se animen a practicar su escritura conmigo!

26.11.15

Sombrío anonimato (2)



-2-

            Dos días después de que Leonel se fue, comenzaron los ruidos. Primero parecía que el hombre estaba ahogándose, pero no podía hacer más que acercarme, para ver que no se complicara la situación y a revisar los sueros que Leonel había dispuesto se le administraran vía intravenosa. Después vino un ligero gemido, titilante, tembloroso: el desconocido estaba despertándose y no tenía la menor idea de qué iba a hacer una vez que esto pasara.
            Al tercer día, cuando por la mañana me dirigía a ventilar la habitación del desconocido, pude escuchar un murmullo que decía:
            —Al-guien... alguien... Alguien... por fa-vor... —la debilidad y consistencia de la voz, hizo que me recorriera un escalofrío. Hasta entender que no dejaban de escucharse aquellas murmuraciones suplicantes, noté que me había quedado pasmada tomando el pomo de la pesada puerta, indecisa de entrar.
            Abrí hasta que salí de mi estupor. Después de todo, ¿qué opciones tenía?
            —Diosss... gra-cias —dijo el hombre, en una voz que me recordó a algún otro, sin reparar de pronto en dicha asociación, pues no atinaba a quién.
            Corrí ligeramente las cortinas y abrí un poco las ventanas, la luz del exterior entró y el aire viciado de aquella habitación comenzó a circular en todas direcciones, para luego irse perdiendo hacia fuera.
            —Por fa-vor —volvió a decir, con la boca visible, en una rendija, bajo las vendas—, ¿quién es usted? ¿Qué hago aquí? —susurró con mayor firmeza. Pero entonces decidí atender lo urgente: me había olvidado de las vendas, quizá por la evasión de la incógnita que representaba, quizá por mero descuido, pues estaban hechas un asco, llenas de mugre y sangre seca que parecía nunca haber emanado realmente de aquel cuerpo.
            Me coloqué junto a la cama, junto al hombre que, dadas las últimas fiebres, había dejado en paños menores. Él, presentaba una tensión casi tangible y me miraba con los ojos muy abiertos, con su inquietante color miel.
            —Voy a cambiarle el vendaje —decidí dirigirme a él.
            —¡NO! —replicó, con una energía que pensé no poseía.
            —Es solo que está muy sucia —me excusé con naturalidad.
          —Lo... sé... —pareció dolerse de todo el cuerpo, al decir las siguientes palabras—: pero, sin intención de ofenderla, será mejor que eso lo haga el... hombre.
            —¿Cómo ha dicho? —me extrañé. Leonel es cirujano plástico, pensé, quizá el hombre que se halla frente a mí, es en realidad el mal resultado de alguna intervención. O, a lo mejor, uno de esos favores especiales que suele hacer. Alguien que se niegue a que se sepa acerca de un proceso quirúrgico.
            —Dejémoslo así —sugirió al fin, con un tono que osciló entre una recomendación y una amable orden—; estoy adolorido, pero estoy bien... solo pasó que al despertar, de pronto me hallé en un sitio desconocido, pero no se asuste, sé muy bien en dónde estoy... —y añadió, unos segundos más tarde—: supongo que es esposa del señor Leonel —declaró, y al no obtener respuesta de parte mía, prosiguió—: por cierto, ¿dónde está su esposo? —puso en cuestión, con una tranquilidad que creí estaba lejos de sentir.
            —Fue a arreglar unos asuntos fuera de la ciudad —espeté, al tiempo que me ponía a ordenar el sitio y recoger los utensilios que había que asear, para volverlos a dejar en aquella habitación.
            —¿Qué tan fuera? —dijo, aún tratando de ocultar su desesperación.
            —Solo fuera —dije con impaciencia; esa vez, yo trataba de ocultar mi ignorancia.
            —Entonces gracias por sus atenciones. No la necesito más —dispuso, y de nuevo noté allí una lucha más allá de mi entendimiento: la gratitud y la impaciencia, bien pudieron haber sido parte.
           —Puede decirme Chadley; si es que necesita algo, estaré en la otra parte de la casa, pero pasaré por aquí de vez en cuando.
            El hombre ya estaba muy lejos de allí, con la mirada posada en la ventana que daba al jardín trasero, viajando con ensoñación entre las flores de margarita. De modo que me di la vuelta y me fui por donde había llegado.
            Al salir de la habitación, supuse entonces que sería natural que, a continuación, aquel hombre siguiera recuperándose y que luego explorara el territorio donde se hallaba hacinado... mas nunca pensé que lo haría tan rápido:
            Llegó la noche. Pude escuchar su sigiloso andar por toda la casa: el rechinar de la madera... seguramente, los pies descalzos; se detuvo un instante tras mi puerta. No sentí miedo, pero justo eso provocó que me estremeciera.
            Poco después de que el desconocido huésped se hubiera alejado de mi habitación y de que yo corriera a poner el seguro, el sueño vino a mí. 
           


Esta historia continuará...

Para saber un poco más de qué va esto y leer la primera parte, 
les recomiendo revisar la entrada anterior :)

Gracias por acompañar este pequeño relato.

P. D. La sangría para los diálogos se mueve un poco, pero no sé cómo editarlo, pues lo he pegado justo desde Word. En fin, espero que eso no cause molestias a la hora de leer.