Hace unos días comencé y finalicé la lectura de Aislados de Cecilia Eudave y, desde el inicio, pude percatarme de una especie de proyección que estaba teniendo hacia la historia que cuenta este librito (y digo librito, no por menoscabar, sino por el tamaño de la edición, que es realmente compacta)... y es que fue inevitable que me remitiera a la historia que tengo con la enfermedad de mamá: en la novela, Laura, la mamá del protagonista, “está enferma de olvido”, de un alzhéimer que amenaza con devastar a su familia, día a día, con lo que pueda representar cada olvido de su parte; en tanto que en la familia mía (odio los posesivos y aún así los utilizo más de lo que querría) mi madre también tiene una enfermedad neuronal degenerativa, que es el párkinson...
No sé en qué radico el encuentro con el discurso en Aislados. O bueno sí que sé. Supongo que Laura, la mamá de Pedro, sentía una impotencia casi inconsciente por el mal que la aquejaba (a ella y a su familia), mientras que a mamá, a mi Bety, la arriba una impotencia más bien consciente: el no poder volver a ser como era. El saber que no hay retorno y que puede ir a peor. Y a mí solo me alcanza para dedicarle unas cuantas palabras, aunque en este momento no las lea (o que alguna vez lo haga):
Mamá siempre será mamá. Bety no dejará de ser quién es; es cierto que ya no tiene las capacidades motrices que antes tenía, pero el impacto que causa con sus abrazos llenos de energía, los fugaces besos en la frente, y otros muchos gestos, no dejarán de tener la huella que tienen. En nuestros corazones, serás siempre la misma.
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