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Dos
días después de que Leonel se fue, comenzaron los ruidos. Primero parecía que
el hombre estaba ahogándose, pero no podía hacer más que acercarme, para ver
que no se complicara la situación y a revisar los sueros que Leonel había
dispuesto se le administraran vía intravenosa. Después vino un ligero gemido,
titilante, tembloroso: el desconocido estaba despertándose y no tenía la menor
idea de qué iba a hacer una vez que esto pasara.
Al
tercer día, cuando por la mañana me dirigía a ventilar la habitación del
desconocido, pude escuchar un murmullo que decía:
—Al-guien...
alguien... Alguien... por fa-vor... —la debilidad y consistencia de la voz,
hizo que me recorriera un escalofrío. Hasta entender que no dejaban de
escucharse aquellas murmuraciones suplicantes, noté que me había quedado
pasmada tomando el pomo de la pesada puerta, indecisa de entrar.
Abrí
hasta que salí de mi estupor. Después de todo, ¿qué opciones tenía?
—Diosss...
gra-cias —dijo el hombre, en una voz que me recordó a algún otro, sin reparar
de pronto en dicha asociación, pues no atinaba a quién.
Corrí
ligeramente las cortinas y abrí un poco las ventanas, la luz del exterior entró
y el aire viciado de aquella habitación comenzó a circular en todas
direcciones, para luego irse perdiendo hacia fuera.
—Por
fa-vor —volvió a decir, con la boca visible, en una rendija, bajo las vendas—,
¿quién es usted? ¿Qué hago aquí? —susurró con mayor firmeza. Pero entonces
decidí atender lo urgente: me había olvidado de las vendas, quizá por la
evasión de la incógnita que representaba, quizá por mero descuido, pues estaban
hechas un asco, llenas de mugre y sangre seca que parecía nunca haber emanado realmente
de aquel cuerpo.
Me
coloqué junto a la cama, junto al hombre que, dadas las últimas fiebres, había
dejado en paños menores. Él, presentaba una tensión casi tangible y me miraba
con los ojos muy abiertos, con su inquietante color miel.
—Voy
a cambiarle el vendaje —decidí dirigirme a él.
—¡NO!
—replicó, con una energía que pensé no poseía.
—Es solo que está muy
sucia —me excusé con naturalidad.
—Lo...
sé... —pareció dolerse de todo el cuerpo, al decir las siguientes palabras—: pero,
sin intención de ofenderla, será mejor que eso lo haga el... hombre.
—¿Cómo
ha dicho? —me extrañé. Leonel es cirujano
plástico, pensé, quizá el hombre que
se halla frente a mí, es en realidad el mal resultado de alguna intervención.
O, a lo mejor, uno de esos favores
especiales que suele hacer. Alguien que se niegue a que se sepa acerca de un
proceso quirúrgico.
—Dejémoslo
así —sugirió al fin, con un tono que osciló entre una recomendación y una
amable orden—; estoy adolorido, pero estoy bien... solo pasó que al despertar, de
pronto me hallé en un sitio desconocido, pero no se asuste, sé muy bien en
dónde estoy... —y añadió, unos segundos más tarde—: supongo que es esposa del
señor Leonel —declaró, y al no obtener respuesta de parte mía, prosiguió—: por
cierto, ¿dónde está su esposo? —puso en cuestión, con una tranquilidad que creí
estaba lejos de sentir.
—Fue
a arreglar unos asuntos fuera de la ciudad —espeté, al tiempo que me ponía a
ordenar el sitio y recoger los utensilios que había que asear, para volverlos a
dejar en aquella habitación.
—¿Qué
tan fuera? —dijo, aún tratando de ocultar su desesperación.
—Solo
fuera —dije con impaciencia; esa vez, yo trataba de ocultar mi ignorancia.
—Entonces
gracias por sus atenciones. No la necesito más —dispuso, y de nuevo noté allí
una lucha más allá de mi entendimiento: la gratitud y la impaciencia, bien pudieron
haber sido parte.
—Puede
decirme Chadley; si es que necesita algo, estaré en la otra parte de la casa,
pero pasaré por aquí de vez en cuando.
El
hombre ya estaba muy lejos de allí, con la mirada posada en la ventana que daba
al jardín trasero, viajando con ensoñación entre las flores de margarita. De
modo que me di la vuelta y me fui por donde había llegado.
Al
salir de la habitación, supuse entonces que sería natural que, a continuación,
aquel hombre siguiera recuperándose y que luego explorara el territorio donde
se hallaba hacinado... mas nunca pensé que lo haría tan rápido:
Llegó
la noche. Pude escuchar su sigiloso andar por toda la casa: el rechinar de la
madera... seguramente, los pies descalzos; se detuvo un instante tras mi puerta.
No sentí miedo, pero justo eso provocó que me estremeciera.
Poco
después de que el desconocido huésped se hubiera alejado de mi habitación y de
que yo corriera a poner el seguro, el sueño vino a mí.
Esta historia continuará...
Para saber un poco más de qué va esto y leer la primera parte,
Gracias por acompañar este pequeño relato.
P. D. La sangría para los diálogos se mueve un poco, pero no sé cómo editarlo, pues lo he pegado justo desde Word. En fin, espero que eso no cause molestias a la hora de leer.