Yo no sé si a ti te ha pasado, pero yo puedo contarte lo que
sentí:
Estaba en un vagón reencontrándome con una
historia que había aplazado por mucho, mucho tiempo, y aún con la mente en el
libro, sentí su mirada; ahora que lo pienso, no fue cualquier mirada, porque
para sentirla, aquella persona tuvo que haber concentrado todo su ser en ese
gesto… así que alcé la vista y fue cuando vi a dos chicos sentados frente a mí,
ambos bastante parecidos (supuse que eran hermanos), y mientras uno codeaba al
otro, el otro, él, era el que me miraba. Como dije, no se trató de una mirada
cualquiera, porque me atreví a perderme, un segundo eterno, en esos ojos que no
dudaron en abrazar los míos.
Aún recuerdo su rostro y que, a pesar de
la combinación inédita de sus facciones, me fue familiar. Asimismo recuerdo sus
labios, y que pensé, que de algún modo, ya los había probado.
Él y yo. Reunidos en aquel vagón, nos
sostuvimos con la mirada -para evitar la caída tras la impresión-; no nos
regalamos ninguna sonrisa, porque esas, de algún otro modo, supimos que también
ya eran grandes amigas; nos reconocimos en el tiempo… Y de pronto, el tren se
detuvo en la estación a la que me dirigía desde el primer momento. Parpadeamos
y, todavía guardando la calma, aceptamos nuestra despedida. O a lo mejor sólo
fue un hasta-luego.
O a lo mejor todavía no lo he conocido.
O a lo mejor, siempre ha estado aquí.
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