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Las
vendas que le cubrían la cabeza, seguían inamovibles. Su rostro en un sombrío
anonimato, en penumbras por la única lámpara de luz baja que estaba en la
habitación. Me di cuenta porque estuve asomándome a su alcoba cada determinado
tiempo. Diez minutos como máximo. Y aunque su respirar era armonioso, me daba
cierta inquietud tener en la casa a aquel desconocido, que quizá se estaba
convirtiendo en una singular obsesión...
Leonel,
mi esposo, había llegado la otra noche, acompañado de aquel hombre herido. Y
digo acompañado, pero en realidad había llegado con él a cuestas, pues desde
entonces presentaba altas fiebres y un estado de inconsciencia. No quiso
decirme qué había pasado, solo que teníamos -como buenos cristianos- que
socorrerlo.
Más
tarde me di cuenta de que también Leonel presentaba ciertas molestias, y solo
cuando hubimos instalado en el cuarto de huéspedes al desconocido y se hubo
dispuesto a cambiarse de ropa, ya en nuestra recámara, me percaté de que
tenía cardenales enormes de ambos lados del torso y cuando me acerqué y quise
tocarlo hizo una mueca de angustia y dolor; al parecer, le habían golpeado por
las costillas, pues apenas pudo dormir y su respiración estuvo entrecortándose
todo el rato.
A
Leonel le pregunté si no tendríamos que ir al hospital, que todo aquello lucía
grave, que quizá hasta tendríamos que ir parar en algún departamento policial.
No tardó en silenciarme y, a pesar de mi contrariedad porque nunca antes se
había portado así de misterioso y desesperado, pensé que lo mejor era no hacer
preguntas.
Luego
vino el día en que Leonel, un poco más recuperado de los golpes que presentaba,
me dijo que no podría atender a aquel hombre por unos días, que debía salir a
arreglar unos asuntos, que me dejaría el dinero suficiente y un número para
que, solo si se presentaba una emergencia, pudiera contactarlo; no era su
número de celular habitual, al parecer tenía otro o se había conseguido uno
nuevo. Ni siquiera me dio tiempo de detenerlo... Y ahora mi tarea era vigilar
al desconocido, que tras su marcha Leonel había dejado atado en la cama en que
reposaba, y yo pensaba que aquello era inútil y que además complicaba algunos
de sus cuidados, pero suponía que estaba bien porque finalmente, y al parecer,
el desconocido iría recuperándose y, entonces, ¿qué haría yo si volvía en sí?
Esta historia continuará...
Hola a todxs, retomo esta vez el blog con un generador de ideas. He comenzado esta historia con la palabra bandage, que he obtenido de Idea Generator, y con la que parece que he desarrollado el inicio de un cuento (que no sé a dónde irá a parar), que es medio thriller, pero no sé si siga así o en qué pueda convertirse. En fin, que este es el resultado y espero que, a los que hagan favor de leer, les agrade aunque sea un poco.
¡Les dejo un abrazo lleno de palabras!
2 comentarios:
interesante. ya dos cosas me tienen intrigado, quien es el vendado y que esconde el esposo.
espero ver algo mas de esta historia pronto
Gracias por leer y comentar, estimado Bohemio :)
A ver cómo continúa...
¡Un abrazo!
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