6.7.13

El grito de los tambores

Hola, no se me ha olvidado el blog... Obviously not!
Les comento que el siguiente relato está inspirado en la canción Mi Tierra, interpretada por Gloria Estefan. Quería escribir con algo de la música con que crecí y esto fue lo que conseguí. A ver qué les parece a ustedes :)



EL GRITO DE LOS TAMBORES

Dos y media de la madrugada. El aire del caribe luce claramente viciado, cubierto por una densa niebla, aunque esté desatado un calor bochornoso a lo largo y ancho del Puerto de Camarioca.
      El ambiente del Durga comienza a tomar la forma de una hidra de temperamento tropical, y, al interior del lugar, los numerosos bailarines se mueven sobre una línea de ritmo propio, aunque siempre terminen siendo parte de una armonía natural. A todos les llega el viento desde lejos, desde afuera, arreando un aire espeso que ayuda a que la música reviente dentro de todos los pechos y desemboque hasta la punta de muchos pares de pies.
Al centro de la pista, él domina el baile, él: un joven de apenas veintitrés años; cabello castaño, cejas pobladas, ojos marrones, complexión media, pero con ligereza en los pies. Ambos, están enfrascados en una rumba de baja intensidad. Él la tiene tomada por la cintura; ella se encuentra con los brazos recargados en los hombros de él, dejando las manos fuera de su vista, pero dentro del campo de la imaginación… Van juntos, adelante y atrás: sin miedos, alternando el movimiento de las piernas, apenas marcando los pasos, por la dificultad que supone la cercanía entre sus cuerpos, que para el término de la canción, y con el grito de los tambores, terminan enredándose. Irremediablemente, los alientos se tocan.
―Bésame, ahora que puedes ―dice el joven, revelando su espíritu aventurero. Ella sonríe deliberadamente y hace caso omiso a la invitación arrogante de aquel forastero, del chico que conoció con la canción anterior y que no quiso soltarla al comenzar esa rumba―. O bueno, siquiera dime cómo te llamas… ―súplica él, pero ella vuelve a sonreír y, sin dejar de bailar, lo lleva fuera de la pista. En breve se encuentran fuera del Durga, con dirección al agua.
El golpe de calor del exterior resulta un fuerte impacto, por lo que ella sigue tirando de su mano hasta alcanzar la playa; y ahí, se suelta de él y se recuesta en la arena, muy cerca de donde las olas abrazan la orilla con indecisión. A la luz de la luna, por fin la contempla, él a ella, en todo su esplendor… ella: con su vestido de gasa azul, vaporoso como los sueños. Ella, con la piel tan oscura que sobre él llegaría a generar un eclipse total; ella, con el cuerpo resquebrajado por el trabajo duro, pero con la carne firme por las horas bailadas dentro del Durga. Ella, que coloca sus manos en su propio vientre y deja de sonreír de pronto, como dándose cuenta de lo que implica estar frente a un desconocido, a un costado de la playa, con la abertura del vestido dejando a la vista la luminosidad de sus muslos.
Él se tiende sobre ella y aprecia su rostro: ojos negros, como el mar en una noche desierta, el cabello rizado que cubre sus mejillas, los pómulos prominentes, los labios secos, pero de un relieve sugestivo.
―Bésame tú ―pide ella. No le hubiera gustado abalanzarse sobre él, no sin antes haber probado el empuje de su boca.
―¿Estás segura? ―él sonríe para sus adentros, con la mirada embelesada.
―Tan segura como el hecho de que el grito de los tambores ha terminado.
―Pues no sé tú, pero yo los sigo escuchando: los tambores somos nosotros, pero aún no llegamos a dar ese grito… seguimos murmurando.


La mujer acostada en la playa sonríe, pero esta vez lo hace convencida, lo atrae hacia ella, y él, aún en el desconocimiento de su nombre, comienza por aprender cada partícula de su cuerpo.

2 comentarios:

jldurán dijo...

Está muy bien y estoy esperando la continuación, promete mucho. Me da la sensacion de estar en la playa oyendo los tambores. Un abrazo.

Abril G. Karera dijo...

A mí también me gustó mucho. Esas descripciones me hicieron sentir lo que pasaba. Saludos n.n